Entré después de casi un año. Ese aroma tan peculiar seguía intacto. No estaban las mismas caras y podré decir que no soy fanática de la monotonía pero el exceso de gente desconocida para el lugar y conocida para mi me abrumaba. No sentí que estaba en ese sitio que tanto me gustaba y al cual por distintas razones no volví.
No podía entender porque esa gente estaba ahí, tratando de aparentar algo que no son, ¡no era necesario que el bar que amaba se llene de groupies!. Y también, recuerdo patente el poder hablar con la gente que ni conocías y tenías al lado, compartir un fernet y reírte un rato más. Ahora las pendejas te miran mal porque saludaste a Santi y piensan que mearon el bar marcando territorio. Otra cosa que me llamó muchísimo la atención fue la mala actitud de pibes del bar y ahora me refiero a los empleados, gerente, dueño o quien poronga sea, no sé, es simple flaco, si estas histérico no vayas a laburar y si te mufas porque una piba había roto una jarra y un par de botellas de cerveza no te la agarres con medio mundo. Muy malas contestaciones, cosa que antes ni en pedo pasaba, siempre la mejor. Entiendo que con las nenas que van ahora con todo el tema del boom de Salti, se convirtieron en una especie de niñeros y tal vez eso los hace perder la paciencia fácilmente.
Me fastidió no poder concretar el fin de ir, esa sensación que me quedaba antes de irme y me daban esas ganas eufóricas de volver, el estar con amigos, unas birras de por medio con excelente onda de todos, escuchando buena música y disfrutar como corresponde una noche en San Telmo.
Tiren opciones de buenos barcitos, que por allí, anda a saber, iremos a parar.
Ah, esto es lo que pasa cuando no tenes un cartel que te diga "el libro de quejas esta a su disposición".